
La Rumba
¡Zumba, mamá, la rumba y tambó!
¡Mabimba, mabomba, mabomba y bomgó!
¡Zumba, mamá, la rumba y tambó!
¡Mabimba, mabomba, mabomba y bomgó!
¡Cómo baila la rumba la negra Tomasa!
¡Cómo baila la rumba José Encarnación!
Ella mueve una pierna, ella mueve la otra,
él se estira, se encoge, dispara la grupa,
el vientre dispara, se agacha, camina,
sobre el uno y el otro talón.
¡Chaqui, chaqui, chaqui, charaqui!
¡Chaqui, chaqui, chaqui, charaqui!
Las ancas potentes de niña Tomasa
en torno de un eje invisible,
como un reguilete rotan con furor,
desafiando con rítmico, lúbrico disloque,
el salaz ataque de Ché Encarnación:
muñeco de cuerda que, rígido el cuerpo,
hacia atrás el busto, en arco hacia?lante
abdomen, piernas y brazos encogidos
a saltos iguales de la inquieta grupa
va en persecución.
Cambia e?paso, Cheché; cambia e?paso, Cheché.
Cambia e?paso, Cheché; cambia e?paso, Cheché.
La negra Tomasa, con lascivo gesto,
hurta la cadera, alza la cabeza,
y en alto los brazos, enlaza las manos,
en ellas reposa la ebónica nuca
y, procaz, ofrece sus senos rotundos,
que, oscilando, de diestra a siniestra,
encandilan a Chepe Chacón.
¡Chaqui, chaqui, chaqui, charaqui!
¡Chaqui, chaqui, chaqui, charaqui!
Frenético el negro se lanza al asalto
y, el pañuelo de seda en sus manos,
se dispone a marcar a la negra Tomasa,
que lo reta, insolente, con un buen vacunao.
?¡Ahora!?, lanzando con rabia el fuetazo,
aúlla el moreno. (Los ojos son ascuas, le falta la voz
y hay un diablo en el cuerpo de Ché Encarnación).
La negra Tomasa esquiva el castigo
y en tono de burla lanza un insultante
y estridente ?¡No!?
y, valiente se vuelve y menea la grupa
ante el derrotado José Encarnación.
¡Zumba, mamá, la rumba y tambó!
¡Mabimba, mabomba, mabomba y bomgó!
Repican los palos,
suena la maraca,
zumba la botija
se rompe el bongó.
Y las cabezas son dos cocos secos
en que alguno con yeso escribera,
arriba, una diéresis, abajo un guión.
Y los dos cuerpos de los dos negros
son dos espejos de sudor.
Repican las claves,
suena la botija,
se rompe el bongó.
¡Chaqui, chaqui, chaqui, chariqui!
¡Chaqui, chaqui, chaqui, chariqui!
Llega el paroxismo, tiemblan los danzantes
y el bembé le baja a Chepe Cachón;
y el bongó se rompe al volverse loco,
a niña Tomasa le baja el changó.
¡Piqui-tiqui-pan, piqui-tiqui-pan!
¡Piqui-tiqui-pan, piqui-tiqui-pan!
Al suelo se viene la niña Tomasa,
al suelo se viene José Encarnación;
y allí se revuelcan con mil contorsiones,
se les sube el santo, se rompió el bongó.
¡Se acabó la rumba, con-con-co-mabó!
¡Pa-ca, pa-ca, pa-ca, pa-ca, pa-ca!
¡Pam! ¡Pam! ¡Pam!
José Zacarías Tallet (Matanzas, 18 de octubre de 1893-La Habana, 21 de diciembre de 1989) destacado intelectual y revolucionario cubano al que debemos uno de los primeros textos de la poesía negra, “La rumba”, escrito en 1928.
Poeta, cronista, periodista y defensor a ultranza del idioma español, dejó una huella profunda en la cultura cubana.
Como periodista trabajó para el periódico El Mundo (1927-1933), se desempeñó redactor de la revista Baraguá (1937) y miembro del consejo de dirección de la Revista Avance entre 1927 y 1928.
Su obra poética comenzó a figurar en antologías en 1926, pero no fue hasta 1951 que la vio reunida en un libro, La semilla estéril.
Del periodismo se retiró en 1968, pero colaboró de forma activa en la revista Bohemia en la sección Gazapos, que aparece recopilada en un libro que concentra mi atención por estos días Hablemos de Gazapos y Gazapitos.
Como revolucionario participó en La Protesta de los Trece, encabezada por Rubén Martínez Villena, en La Liga Antiimperialista y en el Movimiento de Veteranos y Patriotas.
